sábado, 12 de octubre de 2013

De príncipes y castillos


Salí a caminar con Carolina por las calles de la ciudad. La arquitectura de Glasgow invita a recorrerla y explorarla; era una tarde soleada, el viento frío soplaba de vez en cuando. Llegamos a un bar que Carolina visitaba con alguna frecuencia, es posible que hoy tengan música en vivo -me dijo- (maravilloso! pensé, me encantaría escuchar una gaita escocesa). En efecto, cuando entramos había bastante gente, todos tomando cerveza y unos músicos estaban tocando algo que de inmediato nos hizo querer quedarnos en ese lugar.

La música no era programada, los músicos no eran una banda; la propuesta consistía en que los músicos iban llegando y, en medio de la noche, decidían qué tocar como si se tratara de un ensayo.

Una pareja se acercó a nosotras, intrigados porque hablábamos español, les contamos algo de nuestras vidas: Carolina estaba estudiando y vivía hace varios años allí, yo había ido a un encuentro científico y me quedé a pasear unas semanas más. Seguimos charlando, nos invitaron una cerveza y se fueron. Minutos más tarde, Jean-Luc se acercó a nuestra mesa, él hablaba español y tocaba la gaita.

Hablamos de nuevo sobre nuestras vidas y la noche. Ya has visto un castillo? -me preguntó-. Si, claro! Ya fui a Edimburgo -respondí yo. No, me refiero a un castillo de verdad, donde vivía gente que no fuera de la realeza. En ese caso, no -admití con una ligera desilusión, pues César e Iván me habían dicho que tratara de ir a un castillo en medio del campo, estaban seguros que ese sería uno de los mejores recuerdos que me podría llevar. Ante mi respuesta, Jean-Luc me contó que cerca de la ciudad había un castillo y si yo quería, él me podría llevar. Anote su número, por si llegaba a animarme, aunque me asustaba aceptar la propuesta de un desconocido.

Al día siguiente, salí a caminar, compré una bufanda y caminando sin un rumbo claro, llegué a la estación de tren. Mmm, podría averiguar qué tan lejos es ese otro pueblo, del que me habló el francés de anoche -pensé. Entré, pregunté al señor de la ventanilla y su respuesta fue: Son 5 libras, el tren sale en 10 minutos, y me pasó el tiquete. Será como todo en este viaje, me dejaré llevar por el destino. Tomé el tiquete, llamé a Carolina para decirle que nos veríamos en la noche y a Jean-Luc para contarle que estaría en una hora en su pueblo.

El paisaje era precioso, bosque, venados, ríos... En la estación me esperaba él, fuimos a su carro, dimos una vuelta por el muy pequeño pueblo y nos dirigimos al castillo. Salimos de la zona urbana, bosque, una carretera rodeada por árboles muy grandes, ninguna casa, no nos cruzamos a ningún ser humano y mi corazón comenzó a latir con algo de angustia. (Si me boto del carro y salgo a correr, puede pasar más de una hora antes de que llegue a la civilización -eran parte de mis pensamientos, así que decidí tranquilizarme y confiar).

Al cabo de una media hora quizá, se asomó el castillo (woow! era real! me sentí ligeramente aliviada). Nos bajamos del carro, caminamos hacia un río que pasaba muy cerca. Un verdadero bosque -me dijo él con una sonrisa-, por aquí salimos a caminar con mis amigos, hay una cascada más arriba. Seguimos caminamos rumbo al castillo, dimos una vuelta hasta la parte de atrás donde había una huerta. Luego, él intentó abrir la puerta, es extraño, está cerrada -dijo, y saludó a alguien que pasaba por allí.

Fuimos entonces a la puerta principal, metió su mano al bolsillo del pantalón, sacó unas llaves y abrió la puerta. (OMG!!! De qué se trataba esto! Por qué tiene llaves de la puerta?) Creo que mis pensamientos se notaban en la expresión de mi cara, así que mientras subíamos por unas escaleras en caracol, me dijo: Yo vivo en el apartamento 18, todos los vecinos son muy amables

Creo que debía estar pálida y cada segundo más asustada, solo pensaba en que estaba muy lejos de la ciudad y qué decir de mi amiga. Quieres una cerveza? Prefieres un té? (Nada de alcohol, pensé). Un té estará bien, fue mi respuesta. Me ofreció un té inglés, acompañado de fresas y chocolates (esto es un príncipe, pensé). Te quiero preparar el plato típico escocés -dijo, mientras encendía la chimenea de su habitación-, estoy remodelando el piso de la sala, por eso tengo todo arrumado, disculpa el desorden. Efectivamente el tapete estaba enrollado, las sillas puestas unas sobre otras y yo me senté en una, cerca de la ventana, mirando a lo lejos llenándome de argumentos para seguir confiando en este personaje que parecía sacado de un cuento de hadas y cruzaba los dedos, esperando que no hubiese salido de un cuento de terror.

Fui al baño, llamé a Carolina y le conté lo que estaba pasando. Ella estaba tan sorprendida como yo, él nunca mencionó que el castillo fuera su casa. Quedamos de hablar cada hora y que si yo no la llamaba, ella debía llamarme. De cualquier forma, no me sentía segura y no quería interrumpirla demasiado en su jornada de escritura de la tesis.

Mientras tanto, Jean-Luc continuaba hablándome de su vida en el castillo, la señora de 60 años que había tejido unos patitos en croché parar cubrir los huevos de pascua (aún lo conservo, 6 años después), las fiestas anuales que hacían para recaudar fondos para construir una escuela en África y su sostenimiento... El almuerzo estuvo listo y él llevó la bandeja con los platos a su habitación, de la cual recuerdo una cama grande, el tapete blanco y la chimenea a los pies. Nos sentamos allí en el suelo. La tensión aumentaba, yo comía muy despacio para alargar el momento; él me contó de su gusto por la fotografía y comenzamos a ver unos álbumes. Yo solo quería que el tiempo pasara rápido para regresar sana y salva, así que de cada foto le preguntaba la historia, quiénes eran, por qué estaban allí, en dónde estaban ahora... lo que fuera.

Por supuesto, puso sus labios sobre los míos, un beso fue lo único que le di porque cuando me tomó en brazos y me acostó en su cama, di un brinco y salí corriendo por la habitación. Hoy pienso que quizá él creyó que yo jugaba, pero yo me sentía como la gatita de los dibujos animados con Pepe Le Fou, que con su acento y encanto francés trataba de seducirme y yo, solo buscaba la forma de zafarme de sus brazos. Al final aceptó la derrota, me llevó de vuelta al tren y me preguntó si volvería al verano siguiente. Tres años más tarde, intercambiamos unos mensajes por e-mail...