martes, 6 de agosto de 2013

Una sencilla explicación: Sobre-exposición

- Holaaaa!
- Hola!! cómo estás? 
- Bien. Tú? Qué haces?
- No mucho. Estoy en la casa relajada.
- Vamos a cine y luego a comer?
- De una!
- Paso por ti en media hora.

Esa era una de las típicas conversaciones que podíamos tener en esos días. En la comida hacíamos planes para ir a teatro esa semana, conocer un nuevo restaurante e ir el viernes a una rumba que prometía estar buenísima. Al final, nos veíamos 3 o 4 días y/o noches esa semana.


Un fuerte abrazo seguía al saludo cada vez que nos encontrábamos. Si nos veíamos para almorzar, recordábamos que queríamos mirar una cámara nueva, unos zapatos, un libro, una revista y entre una cosa y otra, nos daba la tarde, así que un cafecito caía perfecto. La charla no perdía intensidad ni diversidad. Podíamos reírnos, sorprendernos con algo que hubiéramos escuchado o leído la semana anterior. También podíamos permanecer en silencio un rato. Simplemente pasábamos un muy buen tiempo junto, y esa era la única verdad que ninguno de los dos podía negar.

Pasaban más días y entonces, yo me despertaba pensando en Andrés, me acostaba pensando en él y por supuesto, soñaba con volverlo a ver. Así seguíamos planeando encuentros y nos divertíamos, hasta que salía el tema.

A veces, era él quien lo ponía, otras veces era yo. Al final, yo terminaba reconociendo que estaba enamorada o que simplemente deseaba algo más con él, salir y poder conocernos más, como estábamos haciendo, pero con algo menos de incertidumbre sobre lo que él pensaba o sentía. Yo veía su sonrisa y el brillo en sus ojos, la emoción con la que hablaba sin parar, los chistes que inventaba. Creía entonces que era un poco correspondida, pero no, Andrés siempre me dejaba todo muy claro: 

- Ey chic! Es cuestión de sobre-exposición. Lo que pasa es que tú y yo pasamos mucho tiempo juntos, y sí, la pasamos bien, pero eso no significa nada más. Yo tengo muy claro que no quiero estar contigo y me preocupa verte así enamorada.

Yo a veces lo negaba, decía que todo lo tenía bajo control y que yo tampoco quería nada con él. Otras veces, era inevitable reconocer la verdad, era evidente y de alguna forma, tenía que enfrentarlo. Nunca pasó nada, aunque la historia se repitió varias veces.

Hoy, cuando ha pasado un año o dos sin que hablemos y no me hace falta, ni extraño las salidas y me siento más tranquila, creo sinceramente que Andrés tenía razón: Era sobre-exposición.