Creo que no hay un nombre más acertado para
una planta. Aunque para los indígenas mexicanos se llamaba Xocolatl desde antes de la llegada de Colón y Cortés a las tierras
americanas, Theobroma cacao fue el
nombre que le diera en 1753 uno de los mayores naturalistas a esta planta
originaria de la Amazonía.
Los que disfrutamos el chocolate podemos agradecer que en el camino de su historia culinaria se haya pasado de una bebida espesa y agria, a la diversidad que tenemos hoy para tomar y comer, enriquecida con especias como vainilla, canela y clavos, o azúcar y leche. El nombre sigue siendo un verdadero tributo a su origen, según los aztecas: un regalo de los dioses. Cómo no querer disfrutar de un buen trozo de chocolote que al entrar en nuestras bocas, conecta todo lo que somos y nos eleva.
Pablo siempre tenía chocolates en su mesa
de noche. Cuando estábamos sentados, uno al lado del otro, sonrientes tras una
maravillosa sesión de besos, abrazos y buen sexo, Pablo me ofrecía un
chocolate, solo una pastilla bastaba para completar las mil sensaciones que
habían recorrido mi piel y provocar en mi cuerpo una suave desconexión de este
mundo. Así, llegaba el deseo de dormir a su lado.
A Daniel lo conocí una noche cualquiera, mi
amiga Diana, que ejerce de Celestina, me lo presentó en una fiesta, tras la
cual nos vimos un par de veces más. El día del cumpleaños de Diana, la rumba
siguió al almuerzo, los besos al baile, las tocadas a los besos y las ganas de
comernos nos llevaron a su apartamento, no sin que antes Daniel pasara por una
tienda mientras yo esperaba en el taxi. Música de una de mis listas favoritas,
besos y ya en su cama, me ofreció un chocolate: Antes o después? Cuándo lo
prefieres?
Dario no llevaba chocolates, solo sus
deseos por comerme y yo, que moría de ganas por comerlo, fui esta vez la que
preparó las condiciones. Quería que explotaran en mí todos los sabores, el de
sus besos y su piel, con uno de los mejores chocolates. Este era un cacao
artesanal de Guatemala, relleno con menta (mi mejor combinación!). Así que
cuando estaba sentada sobre él y abrazada con mis piernas a su cadera, extendí
mi mano derecha, sujetándome con la izquierda de su cuello para alcanzar ese
bocado de los dioses. Una vez más me deleite con los sabores y aromas del
paraíso, y lo recorrí desnuda con la piel electrizada.