jueves, 11 de septiembre de 2014

Cuando los colores combinan y los recuerdos se mezclan

Nunca me gustó que Fernando contara su primer recuerdo sobre mí. La primera vez que la ví -decía- Eva estaba sentada sobre sus rodillas en un salón donde, con otros compañeros de la oficina, dibujaban unos mapas y cuadros sobre la historia de la ciudad y algunos de sus ríos. El color de sus ojos fue lo que más me llamó la atención, eran de un verde intenso, brillante, iluminados y contrastaban perfectamente con el color de su ropa interior que sobresalía por el pantalón mientras ella se agachaba a dibujar.

Escuché varias veces ese recuerdo, contando a amigos suyos, amigos en común e incluso algunos pocos extraños. Siempre me sentí mal, detesté mi descuido y su memoria. Por esa historia, puedo recordar qué ropa interior llevaba ese día, no sólo porque el color me gustaba, sino porque la ropa que llevo puesta no sale por azar de mi armario cada mañana, sino por el contrario, cada noche pienso con calma lo que voy a usar al día siguiente, dónde estaré, a quién veré, si tendré que caminar mucho, hará frío o sol, son algunas de las preguntas que me hago y respondo para sentir que mi ropa será adecuada a lo que pasará en el día (o lo que tengo anotado en mi agenda). A propósito, siempre he admirado la capacidad de Juana para abrir por la mañana su armario y decidir, sin equivocaciones, cuál es la mejor ropa para el día, inspirada por sus sentimientos, emociones o incluso algunas imágenes de Pinterest.

Algunos amigos me decían que Fernando deseaba algo conmigo. Yo simplemente ignoraba esos comentarios. Creo que los hombres dicen cosas por probar nuestros límites, ver hasta dónde pueden llegar porque siempre desean ir más allá. Unas cuantas veces, Fernando me preguntó: No crees que tú y yo podríamos tener algo juntos? Cómo crees que nos la llevaríamos? Yo solo sonreía y respondía con una frase como: Seguramente nos iría bien, pero la verdad, yo no pensaba nada más que eso, no me pasaba como con otros tipos que lograba pasar minutos o incluso horas imaginando lo que podría ser (y nunca fue).

Una noche, muchos años más tarde, nos encontramos para comer. Fuimos a un restaurante cerca de mi casa, buena música, buena comida, buena charla. Luego de una botella de vino, surgió la pregunta: Ahora qué hacemos? Yo estaba muy relajada y en ese instante, Edith me escribió un mensaje preguntándome si queríamos ir a una fiesta en el centro de la ciudad, el lugar estaba abriendo y la rumba prometía ser bastante divertida. Le pregunté a Fernando si quería ir, pero me dijo que prefería seguir charlando. Está bien -dije yo- entonces vamos a mi apartamento.

Yo tenía una botella de vino rosado, la destapé y seguimos hablando. Ahora no recuerdo el tema, sé que en el restaurante él me estaba contando sobre su ex. Puse algo de música y comencé a bailar. Después de unos minutos Fernando me dijo: No aguanto más. En este instante no pensé mucho, solo fui consciente que él desde hacía mucho tiempo había querido estar conmigo, así que me senté sobre sus piernas y comencé a besarlo.

Casi un año después nos volvimos a ver. Nunca hablamos de lo que pasó esa noche -me dijo-, yo permanecí en silencio. No tengo todos los recuerdos claros, habíamos tomado mucho - continuó-, no sé por qué me fui tan rápido y no me quedé a dormir. Aún pienso qué habría pasado si hubiera amanecido al día siguiente contigo.

Yo tampoco sé si la historia habría sido la misma ni si me habría gustado un final diferente. Mis recuerdos de esa noche son de unos besos deliciosos y algunos momentos en la cama bajo una luz rosada. Creo que la amistad se basa en algún tipo de atracción, física, intelectual o emocional. Los límites no son infranqueables, a veces son solo una invitación a pasarlos. Pero para cambiar la historia entre dos amigos se necesita más que una noche juntos.



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