domingo, 3 de marzo de 2013

El día que comencé a usar botas

Ya había aceptado que nuestra relación fuera abierta, así que cuando "algo" aparecía o cambiaba solo lo decías, yo analizaba si estaba de acuerdo, te daba algunas reglas y seguíamos. Al final, nos íbamos a desear con mucha más fuerza y entonces valdría la pena el respiro.

Cuando Joanna apareció, me planteaste algo diferente. Ella te gustaba de una forma en la que ni Julia, ni Angela (y no recuerdo otros nombres en este momento) lo habían logrado. Era diferente. Me dijiste entonces que no querías algo tan corto como las experiencias anteriores, sino un tiempo que te permitiera conocerla mejor y enamorarte de ella, presentarla a tu familia y amigos asumiendo entonces, de frente, que tenías otra relación y que yo ya no estaba presente. Acordamos que serían 6 meses, al cabo de los cuales, sin importar como estuviera tu relación con ella, volveríamos a estar juntos.

Como siempre, no era fácil para mi. Ustedes estudiaban juntos. Yo tenía la mala fortuna de tener que verte todos los días porque trabajábamos en el mismo lugar. Yo creía tener la buena fortuna de verte todos los días porque así recordarías quiénes éramos y se mantendría vivo el deseo de estar juntos y permanecer conectados.

El tiempo pasaba, la relación de ustedes se hacía más fuerte. Pero tú y yo manteníamos la comunicación para saber cómo iban evolucionando las cosas, pues para mi era claro que podrían cambiar, que si pasaban más meses, nuestra relación estaba en riesgo. Una de mis reglas: no podías construir nada con ella. Sabías que era diferente tener sexo con ella e incluso llegar a estar enamorado, pero algo que no estaba permitido era soñar una vida diferente. Tú volverías a estar conmigo y quizá algún día viviríamos juntos.

Una mañana tomaste prestado mi computador para revisar tu correo, no tenías tiempo de encender el tuyo porque esperabas una respuesta rápida y revisarlo tomaría solo unos minutos. No recuerdo ahora por qué me acerqué, pero fue cuestión de segundos leer que le decías que ya no vivirían juntos porque no te habían aceptado en otra ciudad para continuar estudiando.

- A qué horas hicieron esos planes? Por qué no me dijiste nada? Dónde quedó la "confianza" que había entre los dos? Te vas inmediatamente de mi oficina!
- Déjame explicarte.
- No hay nada que agregar. Olvidaste acaso que eso estaba en la sección "prohibido" de nuestras reglas de juego?
- Eso no cambia nada entre nosotros. Aunque quizá no solo quiera 6 meses de distancia entre tú y yo; quiero estar más tiempo con ella.

Fueron las dos peores noticias que me pudiste "dejar ver" y fue así como me enteré de repente, no solo de tus planes de estudio sino de tus sueños de vida... 

A la mañana siguiente, desperté con la convicción que no podías ser el único hombre en mi vida, que yo no tenía por qué vivir esperando que aparecieras cuando te cansaras de tus otros mundos, que yo no podía ser tan fea o poco interesante como para que otros se fijaran en mí. Almorcé sola. Me compré unas botas y empecé a caminar con la fuerza que me dio haber entendido lo que no quería en mi vida y con los tacones recuperé la altura que perdido al haber caído tan bajo conmigo misma.




1 comentario:

  1. me encantó!! muy valiente la vieja darle el gustito de jugar por fuera y dejarlo volver... Y buenísimo lo de las botas. Como siempre pienso, con unos buenos zapatos uno puede olvidar un mal momento.

    ResponderEliminar